30 años sin Rock Hudson

viernes, 2 de octubre de 2015

30 años sin Rock Hudson

Rock Hudson
Su rotundo nombre e impresionante presencia física nublaron el fulgor de cualquier otra estrella masculina sobre la pantalla grande. Fue garantía de éxito y protagonista de los sueños de los fans. Galán de divas en la pantalla, ideal en comedias, eficaz en dramas, vivió su vida entre dos aguas, la del apolíneo astro del celuloide de poderosa masculinidad, y la de una secreta vida en paralelo, la de uno de tantos homosexuales, legión a lo largo de la historia de Hollywood, que se vieron obligados a disfrazar su identidad sexual a cambio de tocar el Firmamento sólo al alcance de unos pocos, en la Industria del Cine.

Su fallecimiento a causa de complicaciones derivadas del SIDA, produjo un brutal shock emocional en todo el Mundo, y cambió para siempre la perspectiva global sobre el terrible mal, pasando de ser cáncer de homosexuales a caballo apocalíptico, capaz arrancar de cuajo la vida de los dioses.

Roy Harold Scherer Jr. nació el 17 de Noviembre 1925 en Winnetka, Illinois. Hijo único de una teleoperadora que sería abandonada por el padre del chico durante los terribles años de la Gran Depresión, el luego popularísimo actor fue durante su época de estudiante un joven muy tímido y solitario, que sin embargo, tras volver de la Segunda Guerra Mundial donde fue mecánico para la Armada Norteamericana en Filipinas, decidió trasladarse a Los Angeles para ver cumplido su sueño, el de convertirse en actor.

Sus comienzos, nada fáciles, empezaron por la negativa de la Universidad del Sur de California de admitirle en los cursos de Arte Dramático debido a sus bajas calificaciones y su aparente escaso talento. Sin embargo, mientras se pagaba el alquiler como conductor de furgonetas, la suerte tocó a su puerta, gracias a su encuentro con Henry Wilson, especialista en reclutar guapos jóvenes de dudosa identidad sexual, como Anthony Perkins (fallecido también de SIDA años más tarde), Robert Wagner o Tab Hunter entre muchos otros, para convertirlos con enorme éxito, en estrellas de la pantalla. Fue decisión suya ‘endurecer’ el nombre de su nuevo descubrimiento, que pasaría desde entonces a la Historia por su sobrenombre artístico, Rock Hudson.

Hudson hizo su debut cinematográfico en 1948 en la película Fighter Squadron. Su papel sólo contenía una línea , y ciertamente los nervios le fallaron al joven debutante, que tuvo que repetir la toma alrededor de cuarenta veces. En el difícil ascenso del actor, tardaría nada menos que seis largos años, hasta empezar a descubrir su lugar en el Sol con Magnificent Obsession, que le uniría a Jane Wyman.

Durante esos seis años, sin embargo, su rostro se hizo popular, gracias al empeño de su agente, apareciendo en las portadas de numerosas revistas, al tiempo que recibía un estricto entrenamiento como actor, cantante y bailarín. Tras el éxito de Magnificent Obsession, que haría de él, el actor más popular del año, intervendría a lo largo de la década en otros dramas notables como Escrito en el Viento, Sólo el Cielo lo sabe, o Gigante, la película que le supuso su única nominación al Oscar, y su encuentro en la pantalla grande con dos bestias icónicas del cine, Elizabeth Taylor y James Dean, que no pudo concluir su trabajo en el legendario título de George Stevens sobre el nacimiento de la Industria Petrolífera en Estados Unidos, al morir durante las últimas semanas de filmación, en accidente de automóvil.

Dos películas más tarde, trabajó a las órdenes del gran Charles Vidor en la adaptación cinematográfica de la novela de Ernest Hemingway Adiós a las Armas, por la que obtuvo extraordinarias críticas. Sin embargo, la película fracasó estrepitosamente en las taquillas.

La decisión de interpretar el film de Vidor, hizo que Hudson rechazase protagonizar tres películas consecutivas que resultaron ser extraordinariamente taquilleras: Sayonara, El Puente sobre el Río Kwai y Ben Hur. El fracaso de su elección hizo que Hudson se replantease en la siguiente década su carrera. Pasando de ser conocido como un sólido actor dramático a convertirse en robacorazones de señoras y jovencitas en una sucesión de comedias románticas que le enlazaron a la actriz Doris Day, junto a quien protagonizó títulos como Pijama para dos, No me mandes flores o El deporte favorito de los hombres, que procuró alternar con otros títulos que sin embargo no resultarían ser tan financieramente favorables.

Rock Hudson
Con el comienzo del declive de su rotunda juventud, el actor obtendría cómodo refugio en la televisión, en la que reinaría durante casi toda la década de los 70 con McMillan y su esposa, donde entre el thriller de homicidios y la comedia romántica suave, Hudson como un McMillan de bigote perenne, mantuvo su estatus como uno de los actores mejor pagados de Hollywood.

Fumador empedernido y adicto al alcohol desde muchos años atrás, Rock Hudson comienza a tener serios problemas de salud a comienzos de los ochenta. Tan graves que debe ser sometido incluso a una operación para serle implantado un marcapasos. Sin embargo, tras la intervención, en noviembre de 1981, continúa fumando y su salud se siguió debilitando como quedó físicamente patente en sus últimas apariciones en la pantalla: la película Embajador en Oriente Medio que le unió a otro grande también sumergido en adicciones, Robert Mitchum, y el lujoso culebrón televisivo Dinastía, donde era el maduro amante de una de sus protagonistas.

Durante el rodaje de esta última, Hudson, que siempre tuvo dificultades para memorizar sus diálogos, necesitó constantemente de la ayuda de carteles en los que poder leer sus frases, con lo que su trabajo prácticamente se limitó a un recitado. Estos problemas y un evidente declive físico en el tradicionalmente robusto actor, hicieron que todo tipo de rumores sobre su salud circulasen intensamente entre los años 83 y 85, hasta hacerse imparables cuando durante su aparición en el programa televisivo Doris Day’s Best Friends, en Julio de este último año, el actor, visiblemente demacrado e incoherente en sus palabras, provocó un auténtico shock en la audiencia.

Oficialmente nadie lo sabía aún, pero a esas alturas, Rock Hudson ya conocía que estaba infectado con el VIH. Un año antes se le había diagnosticado la enfermedad, aunque la versión oficial fue que padecía cáncer incurable de hígado. EL 25 de Julio de 1985, en París, el actor anuncia en rueda de prensa que está muriendo de SIDA. Recibe mensajes de apoyo de todo el mundo del espectáculo, desde la cantante Madonna hasta su gran amigo y ex actor, el entonces Presidente Ronald Reagan. Tres meses más tarde, a los 59 años, moría en The Castle, su señorial mansión de Beverly Hills.

Doris Day dijo que nunca supo de la homosexualidad del actor, Carol Burnett, entre otros, sí que lo sabía y le importaba un bledo, según sus propias palabras.

Rock Hudson, de ideas tradicionalmente conservadoras, fue incapaz de exponer públicamente su identidad sexual, y para camuflarlo, su agente, que acababa de sufrir el disgusto de ver como uno de sus guapos descubrimientos, Tab Hunter, era arrestado durante una fiesta gay, intentó acallar los rumores que de siempre lo acompañaron, ‘casándolo’ con la secretaria de este, Phyllis Gates, de quien se divorció en 1958, tres años más tarde de la boda. Tras la muerte de esta última en 2006, y después de una vida en la que aseguró haber vivido plenamente esos tres años junto a su esposo, se supo que Gates fue en realidad lesbiana y que contrajo matrimonio con el actor por puro interés financiero.

El astro, abiertamente gay en círculos privados, tuvo numerosos amantes masculinos a lo largo de su vida. Algunos no tan oficiales pero tan famosos como él y otros mucho menos populares como el novelista Armistead Maupin, Jack Coates, Tom Clark o su último amante oficial, Marc Christian, quien acabaría heredando, tras una batalla legal, su mansión en las colinas de Hollywood, pese a que en el momento de su muerte, Christian residía en la casita de invitados mientras que fue Tom Clark, ex pareja del actor, quien estuvo con él en casa, acompañándolo los dos últimos meses de su vida.

Rock Hudson, que fue más un hombre de acción que de gestos inútiles, se negó a ver su tumba cubierta de flores de aduladores en muerte, por lo que tras su fallecimiento, sus restos fueron incinerados y sus cenizas lanzadas al Pacífico. Poco antes de su fallecimiento, entregó un jugoso donativo para lucha contra la enfermedad que le estaba matando.


Tras su fallecimiento, su amiga desde los tiempos de Gigante, Elizabeth Taylor, creó, junto a otros, la Fundación más grande de Estados Unidos para la investigación del VIH y el apoyo a las víctimas del SIDA. Pero sobre todo, su muerte cambió para siempre el retorcido concepto que el Mundo tenía sobre el SIDA como mal aislado de pervertidos sodomitas. Hudson le puso, frente al resto del Mundo, un rostro a la horrible enfermedad, humanizando a sus enfermos y generando una corriente que ya sería imparable de apoyo a la investigación y de cobijo y pérdida de temor frente a los infectados. Y como hombre, dejó claro a quien lo quiso ver, sin haberlo sabido ver antes, que homosexualidad y masculinidad no tenían porque ir nunca por separado.

ambienteg.com

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