agosto 2015

sábado, 29 de agosto de 2015

Centenario del nacimiento de Ingrid Bergman

Ingrid Bergman, actriz de cine, teatro y televisión sueca. Candidata siete veces al Oscar y ganadora de tres de ellos. Considerada como uno de los Mitos del Séptimo Arte y según la lista realizada por el American Film Institute, es la cuarta estrella más importante en la historia del cine y la mejor actriz sueca, por encima de Greta Garbo. Hoy se cumplen 100 años de su nacimiento en Estocolmo y 33 años de su muerte en Londres. 


100 sin Ingrid Bergman
«Creo que ella eligió morir el mismo día que había nacido; hay una especie de simetría en ello, es algo que le gustaba. Y es apropiado, fue como cerrar el círculo de su vida». Son palabras de Pia Lindstrom, la hija mayor de Ingrid Bergman, que hoy, 29 de agosto, hubiera cumplido cien años. La actriz sueca, uno de los grandes mitos de la época dorada de Hollywood, es recordada hoy en todo el mundo. Suecia y Estados Unidos le dedican un sello de correos; en Estocolmo se ha estrenado, con la presencia de sus cuatro hijos, un documental sobre su vida con material inédito, y el MoMA neoyorquino inaugura hoy un ciclo de proyecciones de sus películas -también lo hace, en Madrid, el Circulo de Bellas Artes-, entre las que figuran algunos de los títulos míticos de la historia del cine: EncadenadosSonata de otoñoLuz que agoniza, Juana de Arco y, sobre todo, Casablanca.

Isabella Rossellini, la más popular de sus hijas, ha dicho de ella por su parte que «gustaba a las mujeres porque veían en ella su misma naturalidad». Su hermano Roberto la ha definido así: «Fue una mujer libre, independiente, valiente y muy moderna. Rendirle homenaje a ella es rendírselo a todas las mujeres».


Esto es lo que opinaban algunos de sus compañeros sobre ella:

Fay Wray, actriz protagonista de King Kong, hablaba de la joven sueca recién llegada a América: “Entonces yo no conocía bien a Ingrid Bergman. Ella era muy seria. Ponía toda su alma en la película. Vi que se trataba de una chica que tenía que ser actriz o sin duda se le partiría el corazón. No trabajaba por dinero, por la fama, por el éxito, ni siquiera para pasarlo bien, sino porque tenía que ser actriz. Era etérea y sensual. Parecía más real que la realidad. Tenía magia.”
  
Christopher Isherwood, guionista de Relatos de Berlín y Cabaret: “Era sin lugar a dudas el ser más maravilloso que he conocido en mi vida, contando hombres y mujeres. Era irresistible. Era mucho más de lo que se veía por fuera. Transmitía que por dentro también era así. Creo que era muy consciente del efecto que causaba en los demás, si bien no alardeaba de ello. Era una autentica profesional. La admiraba muchísimo. Era un espíritu generoso, lo que es raro.”

Kevin McCarthy, compañero de reparto de Ingrid en Juana de Lorena: “Recuerdo cuando fui al primer ensayo de Juana, y allí estaba ella: La Gran Figura. Pero en realidad todos éramos actores por igual. Ingrid parecía una persona normal, no una estrella. Ejercía un gran dominio sobre la personalidad que era y sobre el personaje que interpretaba. Era una chica increíble, natural y sencilla.”
  
Anthony Quinn, actor y protagonista de La strada: ”Me enamoré de Ingrid desde el primer momento. Estaba radiante. Cuando la conocí, estaba en Italia, casada con Rossellini. Cómo envidiaba a ese hombre, casado con la mujer más hermosa del mundo… y la más simpática. Ingrid era una sueca muy afectuosa que se había casado con un italiano muy frío en busca de afecto. Era una actriz maravillosa, pero Rossellini la monopolizó para sus películas y no la dejó trabajar con Federico Fellini y otros directores.

Ingrid se mantenía alejada de América porque estaba dolida. Y lo estaba porque había amado mucho a América. Los americanos la aceptaron y con tanto afecto, que ella jamás imaginó que se pudiera pasar de eso a ser tan denigrada. En realidad, la querían tanto que, a su entender, ella no tenía derecho a decepcionarles y romper en pedazos su etérea imagen. Pasó de virgen a mujerzuela internacional. Ingrid no sabía si al volver a Estados Unidos sería detenida y acusada de alguna vileza moral o apedreada. Algunos fanáticos religiosos consideraban que Ingrid era una de las más importantes pecadoras de todos los tiempos. Era la persona más simpática y agradable que he conocido en mi vida. Nunca he conocido a una mujer más buena. Cambió mi vida.”
  
Ingrid Bergman
Sidney Lumet, director de Ingrid en Asesinato en el Orient Express: “Le ofrecí el papel de la princesa Dragomiroff. Pero le gustó Greta Ohlsson, la vieja misionera sueca. Ingrid me dijo que quedaría sorprendido. Que podía tener un acento sueco realmente convincente. Intenté hacerla cambiar de opinión para que cogiera un papel más importante. Pero no le interesó. Era encantadoramente obstinada. En la película tenía que hablar durante casi cinco minutos seguidos. Muchas actrices habrían tenido dudas acerca de eso. Pero ella le sacó el máximo partido y cubrió toda la gama de emociones. Aunque había sido una gran belleza de la pantalla, nunca hizo un esfuerzo por se más sofisticada. En su lugar muchas actrices habrían pedido una iluminación o maquillaje espaciales  o determinados ángulos de cámara para camuflar la edad; pero ella no.”
  
Michel York, actor de Asesinato en el Orient Express: “Por lo general, las actrices están en la sala de maquillaje para ponerse guapas, pero Ingrid iba allí para lo contrario. Las otras iban a embellecerse; ella parta desembellecerse. Ingrid estaba allí para que le quitaran la luminosidad.”
  
Liza Minnelli, compañera de Ingrid en Nina, recordaba: “Yo admiraba a Ingrid Bergman como actriz y esperaba aprender algo trabajando con ella. Para mi padre, ella era sensacional”

Ingrid y Liv en "Sonata de otoño"
  
Liv Ullmann, compañera de Ingrid en Sonata de Otoño: “Aprecié y quise de veras a Ingrid Bergman. De ella aprendí mucho sobre interpretación, pero más sobre ser mujer. Me sentaba en el estudio y la observaba, muy orgullosa de ser mujer. Al principio no sabíamos que tenía cáncer, que estaba muy enferma. Nunca hablaba de esto con nadie. Era la primera en llegar a maquillaje. Por la noche, era prácticamente la última en abandonar el estudio. Cada noche, después del rodaje, ella y algunas chicas nos sentábamos juntas un rato. Tomábamos una copa, reíamos y hablábamos de lo ocurrido durante el día. Ni una palabra acerca de su desgracia. Recuerdo incluso un día en el que Ingmar (director de Sonata de Otoño) le pidió que se tendiera en el suelo y hablara de su pasado. Y ella se tendió con los brazos detrás de la cabeza. Más adelante supe que después de una operación como la que le habían hecho a ella, en los brazos y los pechos, no puedes hacer esto. Pues Ingrid sí lo hizo.

Una noche nos contó a mí y a las chicas de maquillaje lo que le había pasado y cómo se sentía. Dijo que seguiría adelante, que llevaría una vida activa y digna, y tan larga como fuera posible.

Recuerdo cuando hablaba de la época en la que abandonó EE.UU y no pudo ver a su hija, y de cómo la atacaron en el Senado y no pudo regresar a América. Ella contaba la historia riendo. Todo lo que pasó, la historia completa tuvo que se tremendo para ella, perder a su hija Pía, no poder comunicarse con ella porque el padre no lo permitía e Ingrid no podía volver a EE.UU. Una situación horrorosa. Pero no dijo ni una vez “Pobre de mí”.

Era una  persona orgullosa de veras, cuando después de años apareció en escena en la ceremonia de la Academia, la gente se puso en pie y aplaudió y aplaudió, pero ella se quedó ahí sin más. No se inclinó, no hizo nada. Lo aceptó, pero no cedió ni dijo: “Gracias, gracias  por haber aceptado que volviera”.”

jueves, 27 de agosto de 2015

La "gran" Ingrid Bergman

Ingrid Bergman
Michael Curtiz, el director de Casablanca (1942), decidió que, cuando Bogart e Ingrid apareciesen juntos, de pié, en un mismo plano, él estaría sobre una tarima o unos ladrillos, y, si estaban sentados, él debería sentarse sobre unos cojines. Ella era considerablemente más alta que él. Quizás Bogart estaba ya acostumbrado a esa pequeña humillación a costa de su estatura, porque, de hecho, no pocas de las actrices de aquel Hollywood de los 50 y 60 del siglo pasado - empezando por la propia señora de Bogart, Lauren Bacall - le sacaban media cabeza, como mínimo, y lo de los ladrillos se ha sabido después de otros actores - de Alan Ladd, por ejemplo -, y del propio Bogart con otras compañeras de reparto.

Ingrid Bergman vivió 67 años justos (29 de agosto de 1915 - 29 de agosto de 1982), y brilló en las pantallas de todo el mundo, incluidas las domésticas de televisión, durante 27 años, desde que rodó Casablanca hasta que ganó el Emmy a la mejor actriz protagonista en una miniserie o un telefilm por Una mujer llamada Golda (1982). Entre medias, una carrera llena de éxitos artísticos y comerciales, 3 premios Oscar, 5 Globos de Oro, y un sinfín más de galardones y nominaciones. Y un Globo de Oro póstumo, en 1983, por el citado telefilm. Ingrid Bergman siguió trabajando hasta pocos meses antes de morir. Gracias a todos los personajes de su carrera, quizás Ingrid llegó a saber de verdad quién era: "Soy más yo misma cuando soy otra persona", dijo.

Según una encuesta del American Film Institute sobre los primeros 100 años del cine, Ingrid Bergman es la cuarta estrella femenina más importante de la historia, por detrás sólo de Katharine Hepburn, Bette Davis y Audrey Hepburn. Según la encuesta, la estrella masculina más importante es Humphrey Bogart. En esos 100 años, han pasado ante nuestros ojos y se nos han colado en el corazón decenas de actores y actrices hermosos, atractivos a su manera, dulces, ásperos, con enorme potencia sexual, con un halo erótico tranquilizador, fríos, ardientes, guapos pero desangelados, inquietantes, tranquilizadores, inolvidables, olvidados..., pero Bergman y Bogart, en esa película, Casablanca, son sin lugar a dudas la pareja que más y mejor han hecho que nos sintiéramos enamorados -los números uno de la lista también hicieron una película juntos con Oscar para ambos, la genial La reina de África con Bogart y Hepburn-, radiantes, invencibles, vulnerables, desdichados, inolvidables para alguien, condenados de por vida a añorar un lugar imprescindible y fugitivo llamado París, deseosos de emprender en cualquier momento el viaje a ese lugar siempre inalcanzable pero siempre necesario. De hecho, es la pareja - junto con la anónima del beso fotografiado por Robert Doisneau en la capital francesa liberada tras la Segunda Guerra Mundial - que más ha hecho por París. ¿Quién no recuerda la frase de Ricky (Bogart) a Ilsa (Bergman), en el momento de aquel adiós embriagado por el desconsuelo y por la niebla?: "Siempre nos quedará París". Por cierto: ¿no habría quedado rara, inverosímil, esa secuencia con Bogart diciéndole la memorable frase a Bergman mientras la miraba de abajo arriba, por culpa de la estatura? Suficiente para que Casablanca no fuese todo lo venerada que es y, quizás, para que Bogart y Bergman hubieran caído hasta puestos anodinos en la lista de las estrellas más importantes de los primeros 100 años del cine. Este agosto de 2015, Bergman habría cumplido 100 años.


A partir de Casablanca, Ingrid Bergman se convirtió en una de las actrices favoritas de millones de espectadores de todo el mundo, y, en particular, de millones de espectadores norteamericanos. Hasta que Italia se cruzó en su camino; en concreto, Roma, città aperta (1949), de Roberto Rossellini. Ese año, Bergman vio la película - probablemente en algún cine de Los Ángeles, probablemente acompañada de su primer marido, el dentista sueco Petter Lindström - y quedó tan impresionada que escribió a Rossellini, ofreciéndose a trabajar con él cuándo, dónde y cómo él quisiera (como ya hemos contado en otros post). Por entonces, las cartas transatlánticas tardaban siglos en llegar a su destino, pero Rossellini voló enseguida a Los Ángeles para conocer a aquella sueca tan fervorosa e impulsiva, además de tan bella, tan excelente intérprete y con tanto gancho para la taquilla. Bergman ya había ganado su primer Oscar con Luz que agoniza (1944), en la que sufría horrores por la perfidia lenta y calculadora de Charles Boyer. Los españoles de la época conocieron esa película como Luz de gas, y el éxito por aquí fue de tal calibre que del título español nació el reproche "hacerle a alguien luz de gas" - confundir a alguien de forma persistente hasta enloquecerlo -, con sus distintas variantes. El caso es que en Los Ángeles el señor Rossellini congenió muy bien con el matrimonio Lindström, pero un año más tarde, ya en Italia, acabaría congeniando escandalosamente bien con la señora Lindström.

En 1950, después de haber soportado ya por partida triple al gran Alfred Hitchcock - en Recuerda (1945), Encadenados (1946), y Atormentada (1949) - con resultados espectaculares, Ingrid Bergman rodó en Italia con Rossellini Stromboli, se enamoró de él y tuvieron un hijo. El escándalo fue mayúsculo. Todas las Iglesias habidas y por haber la condenaron, recibió cartas de antiguos fans enfurecidos que la llamaban de todo y pedían para ella la hoguera no por santa, como su Juana de Arco (1948) de Victor Fleming, sino por puta y bruja y, por supuesto, por mala madre, puesto que Bergman abandonó en Los Ángeles al señor Linström y a la pequeña hija de ambos, Pía, y acabaron declarándola persona non grata en territorio estadounidense.

Humphrey Bogart había definido a su Rick de Casablanca como un hombre que tuvo que elegir entre el amor y la virtud, y eligió la virtud. Ingrid Bergman había tenido que elegir entre la virtud y el pecado, y eligió el pecado, con mucho valor y con todas sus consecuencias. Exiliada, de facto, en Italia, Bergman rodó entre 1950 y 1956, a las órdenes de Rossellini, además de Stromboli, otras cuatro películas: Europa 51, Viaggio in Italia, La paura y Juana de Arco en la hoguera - Ingrid Bergman seguía ardiendo por pecadora en las llamas que escupían los fanáticos de la virtud -, y en Francia, dirigida por Jean Renoir, Elena y los hombres

Ingrid y Cary Grant
Además, a la pareja le dio tiempo a tener tres hijos: Roberto, antes de casarse, y, después de casados, las gemelas Isabella e Isotta. Para satisfacción provisional de los fanáticos, las películas con su segundo marido fueron en ese momento un fracaso - luego han sido reivindicadas y celebradas como, en general, se merecen - y eso, a lo que muchos virtuosos cazurros aplicarían sin duda el reaccionario dicho "en el pecado lleva la penitencia", provocó sin duda la ruptura de la pareja en 1957. Con lo que no pudieron los virtuosos fue con los hijos, en especial Isabella Rossellini, esa mujer hermosa, meridional, llena de clase y de una envolvente y nada agresiva carnalidad que le ha dado espesor cálido e intensidad luminosa todos sus trabajos en cine y publicidad. En cuanto a las relaciones de Ingrid Bergman con el resto de los hombres de su vida, conviene recordar que Alfred Hitchcok consiguió, en Encadenados, que ella y Cary Grant se dieran uno de los besos más largos del cine en tiempos de censura; en su vida privada, como se decía cuando había vida privada, Cary Grant era gay.

Redimida, ante los ojos de los virtuosos implacables, gracias a su separación y posterior divorcio de Rossellini, Bergman volvió al cine americano por la puerta grande. En 1956 rodó Anastasia - esa esplendorosa fantasía romántica sobre las emociones de la suplantación -, dirigida por Anatole Litvak y con un Yul Brinner arrebatador, y ganó su segundo Oscar como actriz protagonista, en medio del aplauso clamoroso de todo Hollywood, que daba así su perdón y su bienvenida a la hija pródiga.

A partir de ese momento, el prestigio de Ingrid Bergman como estrella cinematográfica no hizo más que crecer durante más de 20 años y su trabajo se diversificó hasta recalar incluso, en ocasiones, en comedias más o menos nobles, aunque siempre en papeles señoriales que ponían el contrapunto elegante y de calidad en medio de unos argumentos y unos elencos a veces no demasiado refinados. Ganó un tercer Oscar, esta vez como mejor actriz de reparto, por Asesinato en el Orient Express (1974) de Sidney Lumet y, sobre todo, firmó el colofón dramático de un deslumbrante trabajo en Sonata de otoño (1978) de su compatriota Ingmar Bergman.

Ingrid y Lars Schmidt
Muchos de sus admiradores no pudimos disfrutar sus trabajos en el teatro, con obras de Eugene ONeill, Henrik Ibsen, Ivan Turguénev o George Bernard Shaw. Pero la pantalla nos acercó siempre una Ingrid Bergman palpable, acogedora, con la pasión exacta para cada personaje y cada momento, con esa mezcla de fortaleza y vulnerabilidad que permiten que cualquier hombre pueda creer que ella es una mujer necesaria en su vida, y cualquier mujer la vea como la mujer necesaria para cualquier hombre o, ya ahora, para cualquier otra mujer.

A finales de este agosto incandescente, Ingrid Bergman habría llegado a centenaria. Murió con 67 años. Pero, como en tantos casos y por fortuna, la muerte no es el final, y "las cosas fundamentales ganan a medida que pasa el tiempo", como dice la hermosa canción As time goes by, de Casablanca.

Fuente: El Mundo

martes, 25 de agosto de 2015

Ingrid Bergman, en sus propias palabras

Pia, Roberto, Isabella e Isotta, los cuatro hijos de la actriz Ingrid Bergman, no tienen muchas ocasiones para reunirse; las dos primeras, hermanas gemelas, tuvieron incluso una agria polémica hace nueve años a cuenta de un documental sobre su padre, Roberto Rossellini, que rodó Isabella. Pero los cuatro se reunieron ayer en Estocolmo para asistir al pre-estreno del documental Ingrid Bergman, en sus propias palabras, realizado por el cineasta sueco Stig Björkman. El filme se presentó en el pasado festival de Cannes, cuya imagen fue, precisamente, la actriz sueca, de cuyo nacimiento se cumplen cien años este próximo sábado, 29 de agosto.

Los hijos de Ingrid en el estreno del documental

Pia Lindstrom, nacida en Estocolmo el 20 de septiembre de 1938, y que trabajó muchos años como periodista en la televisión sueca, es la hija mayor de Ingrid Bergman. Fruto de su primer matrimonio, con el neurocirujano Petter Lindström. Cuando la actriz se unió al director italiano Roberto Rossellini, Lindström la acusó de abandono del hogar y libró una batalla por la custodia de Pía, que no podría reunirse con su madre hasta el año 1957.

Roberto, Isabella e Isotta son los tres hijos que tuvieron Ingrid Bergman y Roberto Rossellini, con quien estuvo casada sieta años, entre 1950 y 1957. Roberto nació en Roma el 2 de febrero de 1950 en medio de un sonoro escándalo en Estados Unidos, ya que actriz y cineasta estaban todavía unidos a sus primeros matrimonios. Roberto fue un célebre playboy en los años setenta, y mantuvo una relación con la princesa Carolina de Mónaco.

Por su parte, Isabella e Isotta son hermanas gemelas, y nacieron en Roma el 18 de junio de 1952. La primera siguió los pasos de su madre y es una estrella cinematográfica y una cotizada modelo; hace dos meses vino a España con su espectáculo teatral Green porno, sobre la vida sexual de los animales. Isotta es profesora de Literatura, y ha trabajado en universidades como Harvard, Princeton o Columbia.

Alentado por la propia Isabella Rossellini -que hace un par de años ya rindió homenaje a su madre con una libro, Ingrid Bergman, una vida en imágenes-, el documental trata de ser, según su director, «un retrato rico y multicolor de este extraordinario ser humano». Björkman ha podido acceder a documentos inéditos de la actriz sueca -diarios, cartas, notas, fotografías, películas...-, que presenta en el filme, donde intervienen los cuatro hijos de Ingrid Bergman, para tratar de ofrecer un retrato lo más completo posible de la protagonista de Casablanca.

Entre los documentos, figura el diario que Ingrid Bergman comenzó en 1929, con catorce años, y que empezaba así: «Voy a conservar este diario y ocultarlo para siempre. Tengo catorce años, dos meses y tres días. Nací el 29 de agosto de 2015. Mis padres fueron Friedel Adler y Justus Bergman. Fui bautizada como Ingrid. Era espiritual, irritante, terca y salvaje»

Fuente: ABC

jueves, 20 de agosto de 2015

Muere Lina Morgan

Hace un año que había abandonado el hospital. Y desde entonces el único que ha tenido acceso a ella fue su chófer. «Es normal, su familia no ha sido muy generosa con ella. Intenta protegerse de las personas que siempre han visto en ella el interés», declaraba una persona conocedora del tema.

Lina Morgan falleció casi en solitario. Una soledad bastante habitual entre las personas más famosas y populares. Y es que Lina había casi desaparecido por completo de las pantallas y de los teatros en los últimos años, pero antes había alcanzado la gloria en el mundo de la comedia española.  



Nació el 20 de marzo de 1937 en el barrio madrileño de La Latina, en una familia humilde. Sólo pudo estudiar Primaria en una escuela municipal. Y llegó a tener que recoger cartones y botellas para ayudar a sus padres, Emilio y Julia. Gracias a ellos, a pesar de las penurias, pudo asistir a clases de baile. A los 13 años, debutó en la compañía infantil Los Chavalitos de España, donde actuó como solista de baile clásico español y conoció al actor Manolo Zarzo. Un año después, entró en el coro de una revista.

Lina Morgan
En 1951 realizó su primera gira. Su primera actuación profesional sería en el Teatro Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria. Dos años más tarde, gracias a su hermana que trabajaba en un ballet -y añadiendo algunos años a su verdadera edad- consiguió entrar a trabajar en el local La parrilla del rey. Allí coincidiría con Esperanza Roy, y como ella misma contaría luego, con "mujeres espectaculares" junto a las cuales con su físico más modesto era difícil sobresalir.

De aquellos duros primeros años, la actriz recordaría más tarde que tuvo que "dormir en pensiones de mala muerte" donde a veces, se acostaba "con abrigo y calcetines", debido al frío.
A los 22 años, consiguió el papel de "segunda vedette" en la revista Atraco en Nueva York donde cantaba El pichi y consigió que la gente comenzara a hablar de ella. Fue entonces cuando cambió su nombre real -Ángeles López Segovia- por el artístico de Lina Morgan. Tomó aquella decisión con su hermano José Luis. "Creímos que aquel nombre" de resonancia americana "podría traernos dinero".

La popularidad obtenida sobre las tablas la llevaría por el camino del cine. Debutó en 1961 con El pobre GarcíaA la que seguirían películas como Vampiresas de 1930, Objetivo, las estrellas, Julieta engaña a Romeo, Las que tienen que servir ... Aquellos trabajos los compaginaba con la revista donde actuó por aquellos años con figura como Gila, Manuel Gómez Bur, Tony Leblanc o Juanito Navarro.

El año 1970 fue el de su consagración el cine con el gran éxito de La tonta del bote de Juan de Orduña. En la década de los 70 participó en numerosas cintas. Hasta ocho películas rodó al mando de Mariano Ozores, cintas como La graduada o Fin de semana al desnudo.

En 1979 formó su propia compañía. Debutó en el Teatro Barceló. Según la actriz, fue "un absoluto fracaso" y perdieron todo lo invertido. Del Teatro Barceló pasó al Teatro La Latina. Permaneció tres años en cartelera con una gran éxito titulado La marina te llama. Lina Morgan se encariñó con este teatro. Lo acabó comprando con su hermano y mánager, José Luis, en 1985.

En La Latina presentó en la segunda mitad de los 80 Casta ella, casto él, Vaya par de gemelas, El último tranvía o Celeste no es un color; grandes éxitos de taquilla que permanecieron en cartel varias temporadas.

Pronto la televisión le ofrecería no ya grabar y retransmitir sus obras teatrales sino producirlas -en formato de serie- en sus propios estudios. 1996 fue el año del grandísimo éxito de Hostal Royal Manzanares en TVE , una serie estrenada el 15 de febrero de 1996 por Televisión española, dirigida por Sebastián Junyent y producida por Prime Time, propiedad de Valerio Lazarov.

La serie rodada en escenarios teatrales representaba perfectamente el estilo personal de Lina Morgan: un humor basado en el sainete castizo, con personajes costumbristas y apoyado en la expresividad gestual de la actriz.

La serie, que duró cuatro temporadas, hasta 1998, contó con el respaldo de enormes sectores de la audiencia, especialmente entre los segmentos de población de mayor edad, llegando a alcanzar en su emisión de 15 de mayo de 1996 los 8.675.000 espectadores (con una cuota de pantalla del 50,6%).

1984 y 1995 fueron dos años muy duros para la actriz que, en el primero de ellos, fue operada de un desprendimiento de retina en la Clínica Barraquer de Barcelona. En 1995 murió su hermano José Luis, uno de sus más fuertes apoyos, y su familiar más cercano ya que nunca contrajo matrimonio.

En 2004, regresó a TVE, interviniendo en la serie cómica ¿Se puede?. Se emitió en prime time, los sábados y estaba dirigida por Gustavo Pérez-Puig. En 2008 abandonó por sorpresa la serie Escenas de Matrimonio, la serie de sketches producida por José Luis Moreno para Telecinco, según informó el diario 20 minutosLlevaba sólo tres semanas en el equipo . Algunos rumores apuntaron según señalaba el mismo medio, a problemas de salud. Tenía entonces 71 años.

Fuente: La Voz de Galicia, RTVE.es

domingo, 16 de agosto de 2015

Cary Grant y Randolph Scott

La homosexualidad de Cary Grant fue siempre un secreto a voces en Hollywood hasta su muerte, en 1986; un motivo por el que las grandes productoras de los años dorados del cine podían romper sus contratos (los tres millones que cobraba por película le convertían en el actor mejor pagado de los 60) y un pecado que ni la industria ni la sociedad estaban dispuestos a dejarle pasar al sumo galán de la gran pantalla. De ahí sus cinco bodas que  daban cuenta de sus múltiples aventuras pasionales. Tan de ficción como sus filmes. Puro montaje. Excepto uno.

Agosto de 1933. Santa Mónica (California) Fotógrafos: Ben Maddox....
Soctt y Grant

Ese en el que Grant mostraba cómo era su vida junto al también actor Randolph Scott en la mansión que ambos compartían en Malibú. Lo publicó Ben Maddox en 1933 en Modern Screen, una revista célebre por adentrarse en la intimidad de los mitos del celuloide. También gay, el periodista describe la vida doméstica de la (oficialmente) pareja de amigos ilustrada por una veintena de fotos en las que ambos cocinan, se dan un baño en su piscina, tocan juntos el piano, leen en su salón, juegan al backgammon...

Situaciones, poses y miradas que confirmaban la relación (conocida, en el fondo, por todo el mundillo) de Grant y Scott, surgida un año antes, en el set de la película Sábado de juerga (de William A. Seiter). En 1934, los estudios Paramount obligaron a Grant a casarse con Virginia Cherril con el fin de acallar las voces sobre su homosexualidad. El matrimonio duró sólo 13 meses. Tras el divorcio, el actor volvió con Randolph Scott, al que muchos consideran la única persona a la que Grant quiso realmente. En 1940 rompieron su relación, presionados por los estudios de cine. Pero nunca dejaron de verse. Ni de amarse.

De hecho, el maître del antiguo hotel Beverly Hillcrest desveló en una biografía del actor que vio en varias ocasiones a la pareja de actores en la parte de atrás del restaurante del hotel, casi escondidos, sentados, cogidos de las manos. 

Fuente: El Mundo

miércoles, 12 de agosto de 2015

1 año sin Lauren Bacall

Cuando en 2009 le dieron el Oscar honorífico, Lauren Bacall dijo: «Cielos, no puedo creerlo. Un hombre al fin». También comunicó su agradecimiento por estar viva, hizo una pausa dramática y concluyó: «Algunos estáis sorprendidos, ¿eh? En cualquier caso, estoy aquí y es mejor que os hagáis a la idea». Lauren Bacall estaba aquí desde el 16 de septiembre de 1924. Y en sus pantallas desde 1944, cuando hizo lo que se puede considerar la mejor primera aparición en el cine, la de Tener y no tener, donde conoció a Bogart. Por poco conoce a Cary Grant. Howard Hawks le dio a elegir. Ella estaba inclinándose por el de Bristol, pero al final el director prefirió a Bogart. Bacall contó en sus memorias que perdió la virginidad con su futuro primer marido a los 19 años, en febrero del 44.

Hawks la rechazó en cuanto comprobó lo nasal de su voz, pero Bacall pasó dos semanas trabajándola y volvió con la característica voz ronca. Era parecida a la de Suzanne Pleshette. O a la de Kathleen Turner, a quien tantas veces se ha comparado con Bacall. El día que se conocieron, Turner le soltó: «Hola, soy tú de joven». Y Lauren Bacall de joven era como Slim Keith, la mujer de Howard Hawks, quien había descubierto a Bacall en las páginas del Harper´s Bazaar. No es solo que su personaje en «Tener y no tener» se llamara Slim, es que su figura cinematográfica fue creada a imagen de Slim Keith. Esta era la original; Lauren Bacall fue la copia.

La Academia de Hollywood no hizo ni caso a la actriz hasta que la nominó por El amor tiene dos caras (1996), donde hacía de imposible madre de Barbra Streisand. Por suerte no se produjo el momento grotesco de que se lo dieran. Sobre todo porque no se habían acordado de ella en El sueño eterno (1946), Cómo casarse con un millonario (1953), Escrito en el viento (1956) o Mi desconfiada esposa (1957). La de Sirk la odiaba y la de Minnelli era su favorita. Se la consideraba una cara bonita y la esposa de Bogart. Ni siquiera como mujer de estilo era la más considerada. En 1951, Katherine Hepburn presentaba La reina de África en el hotel Claridges de Londres y Bacall estaba allí como mujer de Bogart. Llevaba un vestido de Balenciaga pero, según contaba Bacall, todos los focos fueron para Hepburn y sus pantalones (inhabituales y atrevidos). También influiría algo que fuera la protagonista. En todo caso, nada de bitcherío, ambas fueron muy amigas. La Hepburn era la madrina de Sam Robards, el hijo que Bacall tuvo con Jason Robards, su segundo marido. Con Bogart estuvo casada del 45 al 57, hasta que este murió (tuvieron dos hijos). Con Robards, del 61 al 69, cuando se divorciaron. En medio hubo un extraño intento. Al poco de quedarse viuda, Frank Sinatra le propuso casarse. Ella accedió. Pero cuando el compromiso fue filtrado por el agente Irving Lazar, Sinatra desapareció. El cantante le pidió perdón años después. Bacall se había sentido humillada. Hasta dejó su casa de California y volvió a Nueva York. En sus memorias escribió que Sinatra se comportó «like a shit» (como mierda). A su manera. Que volviera a Nueva York, su lugar de nacimiento, permitió que años después, viviendo en el edificio Dakota, escuchara los tiros que mataron a John Lennon. Pero creyó escuchar un neumático estallando. O el motor de un coche.

Lauren Bacall era una mujer de carácter. También de mal carácter. Tom Maschler, el editor británico, relata en sus memorias la pesadilla que supuso la promoción de «Lauren Bacall por mí misma». Aparte de exigir viaje y alojamiento en primera clase (algo normal), pidió que pagaran a su peluquera, a la que también se llevaba a Australia. Le dio igual si la editorial era pequeña. También le pareció inadmisible una limusina Mercedes. En dos televisiones de Bristol y Glasgow querían entrevistarla. La única manera de cumplir los compromisos era ir en avioneta. Exigió dos pilotos. No se los podían permitir. A la que llevaba la publicidad le horrorizaba volar y le confesó que estaba dispuesta a superar su miedo en el avión pequeño. «Eso vale para ti, querida, ¿pero y si me pasa algo a mí?». En la oficina londinense brindaron cuando se fue.

Una vez intentó entrar a una tienda. «El establecimiento está cerrado al público», le dijeron. Y ella: «Es que yo no soy el público». Era Lauren Bacall.

Fuente: ABC.es


miércoles, 5 de agosto de 2015

La autopsia de Marilyn Monroe

Cinco de agosto de 1962 en California. Madrugada. Era un día rutinario en la empresa de Allan Abbott y Ron Hast. Al menos, hasta que recibieron una llamada de la comisaría West Los Ángeles. Al otro lado del teléfono, el sargento Jack Clemmons les informó de que Norma Jeane Mortenson  acababa de dejar este mundo por una sobredosis de Nembutal. Según les dijeron, era un suicidio, aunque a ellos les importaba bien poco, pues no eran detectives. ¿Cuál era su trabajo? Eran los enterradores de las estrellas de Hollywood y habían contactado con ellos para que retirasen el cadáver y lo llevasen hasta la morgue.

Este era el trabajo que les permitió conocer los entresijos de multitud de muertes de algunos de los personajes más conocidos de su época. Una buena parte de las mismas, tal y como afirma en exclusiva el diario Daily Mail, las narran en su nuevo libro Pardon My Hearse, el cual saldrá a la venta en las próximas semanas en Estados Unidos. Sin embargo, de entre la ingente cantidad de anécdotas que guardan sus páginas, hay una que llama la atención: el desmejorado aspecto que, según afirman, tenía Monroe tras morir. De hecho, y según las palabras de sus autores, aparentaba una edad mucho mayor a los 36 años y contaba con «pequeños pechos falsos» y «dentadura postiza».








Como una exhalación, desde la empresa se envió a un responsable (Leonard 'Chris' Kreminski) para acometer la desagradable tarea. Este llegó poco después a la casa de la actriz en Brentwood. Allí, los prestes descubrieron el cuerpo que -según se afirma en el texto- se hallaba en la primera etapa del rigor mortis. Tras el asombro inicial, los presentes retiraron lo que quedaba de la actriz y la llevaron al centro recomendado para la autopsia.

«Debido a las tremendas implicaciones que tenía esta muerte, llevó mucho más tiempo practicar su autopsia. El doctor Thomas Noguchi (el encargado de hacerla por su cualificación) tardó tres veces más de lo normal. La oficina del forense me indicó que había sido extremadamente cuidadoso. Buscó marcas de agujas hipodérmicas en el cuerpo, que descubrió en su axila (una zona de uso común en las estrellas de cine femeninas), y siguió buscando en su nariz, pies, lengua y genitales, pero no halló nada», explica Abbott (pues estaba presente en la sala) en su obra .

Tras esta primera impresión, los presentes pudieron observar el aspecto absolutamente desmejorado de Monroe, quien aparentaba muchos más años que los que tenía. «No nos creímos que fuese su cuerpo. Parecía una mujer normal muy envejecida. Su pelo no había sido teñido desde hacía tiempo, no se había afeitado las piernas al menos en una semana, sus labios estaban muy agrietados y necesitaba una manicura y una pedicura», añade el escritor.

A su vez, se percataron de que tenía una extraña hinchazón en el cuello que intentaron paliar para el funeral con una incisión que eliminaría parte de su piel. Según dice, fue muy eficaz. Posteriormente, solicitaron a sus familiares que les trajeran ropa interior (pues Monroe no llevaba al momento de morir). Fue en ese momento, en el que les llevaron sus efectos personales a los «expertos», cuando se percataron de que la actriz usaba dos pechos falsos («mucho más pequeños que los que había visto hasta ese momento») que se ponía sobre los suyos para realzarlos.

Al parecer, los presentes vieron tan desmejorada a la fallecida (la cual tenía unos pechos considerablemente menos voluminosos que lo que creía la sociedad hasta entonces) que optaron por rellenarle el sujetador con tiras de algodón. «Ahora si se parece a Marilyn Monroe», exclamó uno de ellos. A su vez, también corroboraron que llevaba una dentadura «falsa». No importó, pues, en sus palabras, hicieron un gran trabajo y la dejaron como si estuviera a punto de actuar. Sin embargo, era su última función.


Fuente: ABC

lunes, 3 de agosto de 2015

Ingrid Bergman, A Life in Pictures

“Nunca miro atrás”, le dijo Ingrid Bergman a la actriz Liv Ullmann, su compañera de reparto en su última película, Sonata de otoño (1979). Enferma de cáncer, la actriz parecía dispuesta a no dejarse abatir por la enfermedad, a seguir actuando hasta que su cuerpo dijera basta. Mujer de fuertes convicciones y pasiones se negó a ser solo una imagen y se convirtió en una de las grandes estrellas de la época dorada de Hollywood gracias a que siempre tuvo presente la importancia de ser ella misma. “El mundo venera la originalidad”, era otra de las máximas de esta legendaria actriz, ganadora de tres Oscar e innumerables premios y que cumpliría 100 años el día 29 de agosto, el mismo día en que murió en 1982.

Ingrid Bergman en el lago Malaren

La editorial Schirmer/Mosel celebra su centenario con la publicación de Ingrid Bergman, A Life in Pictures. “No es sólo el retrato de una mujer, es también un recorrido por dos formas de arte que tienen poco más de vida que un siglo; el cine y la fotografía”, dice Isabella Rossellini, hija de la artista. Fotografías inéditas procedentes de archivos personales, foto fijas de rodajes, así como los retratos realizados por David Seymour o las fotos robadas por los paparazzi, sirven de repaso a toda una vida y 44 películas.

Ya de niña supo que quería ser actriz, mientras posaba para su padre, Justus Bergman, un fotógrafo sueco. Huérfana a los 13 años, siguió su camino dispuesta a vencer su timidez hasta convertirse en una actriz de éxito en Suecia y Alemania. No sin antes haberse casado con un dentista sueco. Así llegó a las puertas de Hollywood en 1939, para hacer una adaptación de Intermezzo (1939) junto a Leslie Howard. Allí le esperaba el productor David O. Selznick, quien intentó adaptar su belleza etérea a los estándares hollywoodienses. Ella se negó. No quiso cambiar sus dientes, ni sus cejas, ni su nariz; tampoco su nombre. Su naturalidad se convirtió en uno de sus atributos. Pero su éxito también tuvo que ver con una mezcla de honestidad, inteligencia y sensualidad.

“Vas a arruinar tu carrera intentando cambiar y hacer cosas distintas” le dijo el director de Casablanca, Michael Curtiz, al ver su desilusión por sentirse encasillada de nuevo en el papel de chica guapa. Sin embargo, fue el papel de Ilsa el que le lanzó al estrellato, demostrando su capacidad interpretativa, al enfrentarse a un papel en el que los guionistas aun no habían determinado en brazos de cual de sus dos enamorados iba a acabar. Más tarde sería una de las actrices fetiches de Alfred Hitchcock. “Ingrid, finge” le aconsejó el director, ante su queja de no poder interpretar una emoción.

Entre las 385 fotos que componen el libro destaca la reproducción de la carta que le enviaron los fotógrafos David Seymour y Robert Capa invitándola a cenar. La conservó hasta el final. Marcaba el comienzo de un amor imposible, el suyo con el intrépido Capa. Bergman se enamoró de su espíritu libre e independiente. Fue probablemente Capa quien le habló de Roma Ciudad abierta, la película del cineasta Roberto Rossellini. La actriz sueca no tardó en ofrecerse a trabajar con él. Y así llegó el escándalo. Bergman se enamoró del italiano, casado y con dos hijas, y se quedó embarazada durante el rodaje de Stromboli (1952). El mismo público americano que le había idolatrado, y había hecho de ella un símbolo de perfección moral, la rechazaba.

Su aventura italiana duró poco más de tres años. Volvió entonces a triunfar en suelo americano con su interpretación en Anastasia (1958) y a reanudar su vida amorosa con un productor de teatro sueco, Lars Schmidt. Durante casi medio siglo de interpretación, nos acostumbró “al brillo de la punta de su nariz, ese brillo típico de las actuaciones que no aparentan serlo en absoluto, si no que aparentan ser vivencias sin maquillaje”, tal y como la describió Graham Green en su crítica de Intermezzo.

Este mes hubiera cumplido cien años. Aquí os dejo algunas de las casi 400 fotografías inéditas de Ingrid Bergman.

Ingmar Bergman e Ingrid Bergman, en un cara a cara sobre el concepto de su papel en la Sonata de otoño, en 1977.


Ingrid Bergman visitó a los militares estadounidenses en Alaska durante cinco semanas a comienzos del año 1943, en una gira organizada por su marido Peter. A pesar de que supuso dejar sola a su familia durante las vacaciones, Ingrid y Peter lo vieron como un gesto natural de gratitud a un país que les había dado tanto. En puestos remotos en el norte congelado, Ingrid Bergman recitó pasajes de obras de teatro, cantó canciones suecas populares, firmó autógrafos, y comió y bailó con los hombres alistados. Finalmente, el frío hizo mella en ella y tuvo que abandonar la visita e ingresar en un hospital de Seattle con neumonía.


Gregory Peck e Ingrid Bergman disfrutan de un helado en el descanso de Recuerda en 1944. Comer helados era uno de los placeres culinarios que se permitía la estrella de cine de vez en cuando, haciendo una pausa de las estrictas dietas a las que se sometía.


Bergman y su familia disfrutan de un día en un barco al lado de Santa Marinella, Roma, en 1957.


Ingrid Bergman junto a su marido, el productor teatral sueco Lars Schmid con el que se casó en 1958.




Fuente: El País

sábado, 1 de agosto de 2015

Marilyn al desnudo

El 27 de mayo de 1949, Monroe decidió aceptar la oferta del fotógrafo Tom Kelley: una sesión desnuda a cambio de 50 dólares. Pone como condiciones que no se la reconozca (firma su contrato como Mona Monroe) y que la mujer del camarógrafo ejerza de carabina en el estudio.

Dos separaciones (izda. y centro) utilizadas para imprimir la foto...

Aquellos 50 dólares se multiplican por 20 cuando, dos años después, Kelley vende la foto de la anónima pin up -sensual postura, fondo de terciopelo rojo- a una imprenta de Chicago. Kelley cobra 900 dólares por la imagen, que se somete a un complejo proceso para la impresión de un calendario para recibir 1952. En lugar de las clásicas cuatro separaciones (placas) de color necesarias para la impresión en color -una plancha para cada porción cian, magenta, amarilla y negra-, se realizan al menos 21 separaciones, un exquisito trabajo de impresión en el que ajustar los matices de la foto original, destacar aspectos sin perder otros (se acentuó el rojo de los labios, pero sin alterar el bermellón del fondo) e, incluso, crear una versión de la foto con la chica vestida.

Por entonces, era ilegal enviar por correo desnudos, así que tras varias pruebas se creó una versión del calendario con un picardías negro. Toda "una obra maestra del arte de la impresión", según la compañía de imágenes vintage Limited Runs, propietaria de estas separaciones que se habían dado por perdidas hasta que, hace seis años, aparecieron en los archivos de la imprenta.

Ahora son objeto de una exposición que, desde esta semana, recorre seis ciudades de EEUU. La compañía confía en la publicidad para vender estas separaciones a algún museo por millones de dólares.

No será la primera vez que aquellos 50 dólares se multipliquen exponencialmente. El calendario -bautizado como Golden Dream, sueño dorado- vendió nueve millones de copias y pronto comenzó a surgir el rumor de que aquella sensual mujer era Marilyn Monroe, la bella durmiente de La jungla de asfalto o la divertida tontita de Eva al Desnudo y Divorciémonos. Aunque en un principio la 20th Century Fox negó que se tratase de su actriz, Monroe optó por confesar en una entrevista -emitida sólo unos días después de empezar el rodaje de Me siento rejuvenecer-, donde relató las penurias que sufría cuando se desnudó.

La foto no destruyó su carrera, sino que la catapultó, al igual que la de un avispado veinteañero: Hugh Hefner. El rey de las conejitas pagó 500 dólares por la imagen, que incluyó en el primer número de su nueva revista, Playboy, publicado en diciembre de 1953. "Sin Marilyn, yo no estaría aquí", ha reconocido Hefner en el pasado. "Es la mayor estrella sexual del siglo XX".

Fuente: EL Mundo