Recordando a Vivien Leigh

martes, 5 de noviembre de 2013

Recordando a Vivien Leigh

Vivien Leigh
Ni el viento ni el tiempo se han llevado los recuerdos de una mujer que a través de su belleza armónica, sus rasgos delicados y su penetrante mirada de ojos verdes embelesó a los espectadores del mundo entero. Desde 1939 ya nadie pudo desligar su imagen del personaje de Escarlata O’Hara, el papel más notable de la historia del cine, con una interpretación magistral, que difuminó para siempre los límites de la mujer real y la ficticia. 

La noche del 7 de julio de 1967, Vivien Leigh fallecía sola en su apartamento londinense en el 54 de Eaton Square. Todos los teatros del país apagaron las luces en señal de duelo. Ahora su legado vuelve a iluminar la estela de una actriz a la que el siglo XX recordaría como la indómita y caprichosa Escarlata O’Hara.

Tan desafortunado como el destino de aquella heroína sureña fue el devenir de la actriz, varias veces sometida a tratamientos de electroshock por un trastorno de bipolaridad mal diagnosticado, y fallecida de tuberculosis con sólo 54 años, según cuenta José Madrid en la biografía Vivien Leigh, la tragedia de Scarlett O'Hara.

La obstinación y la rebeldía que también compartió con el personaje le ayudaron a conseguir ese papel, que descubrió a los 23 años cuando, guardando reposo tras un accidente de esquí, devoró el novelón de mil páginas de Margaret Mitchell que había revolucionado Estados Unidos aquel verano de 1936. Cuando supo que, al otro lado del Atlántico, David O. Selznick buscaba poner rostro a la rica y caprichosa Escarlata, se buscó un agente en Estados Unidos y no paró hasta conseguir una cita con el gran productor, que ya había empezado el rodaje de su épico delirio.

Tan claro tenía la actriz que ella sería Escarlata, papel que le valió su primer Óscar, que al inicio de su aventura americana rechazó ponerse a las órdenes de Cecil B. de Mille en Union Pacific y un contrato con Paramount para cuatro películas, sólo para estar disponible. El mismo empeño puso la joven y casada Leigh en perseguir a Laurence Olivier, convencida de que sería el gran amor de su vida.

También él estaba casado cuando la entonces prometedora actriz de teatro se presentó por sorpresa, simulando un encuentro casual, en el mismo hotel de Capri donde él pasaba unos días de vacaciones con su esposa.

Comenzó así una larga y no siempre fácil historia de amor, que se ensombrecería con el tiempo con infidelidades mutuas y que acabó por desmoronarse semanas después de que el sir de la escena británica le regalara un Rolls Royce azul por su 45 cumpleaños.

Carácter demostró también Leigh cuando en 1957 encabezó una protesta para salvar del derribo el Saint James Theater, por un proyecto para construir apartamentos, y hasta entró a gritos en la Cámara de los Lores, lo que llevó al mismísimo Winston Churchill a escribirle una carta admirando su coraje y desaprobando sus formas. Pero no fue sólo el personaje de Escarlata el que guardó semejanzas con su vida. La desgarradora Blanche Dubois, sus polémicas tendencias sexuales y su desequilibrio mental en Un tranvía llamado deseo de Elia Kazan fueron un oscuro presagio de sus días.

Aquel papel en Un tranvía llamado deseo, junto a Marlon Brando, le deparó su segundo Oscar, pero también agudizó sus crisis nerviosas hasta tal punto que en su siguiente rodaje, La senda de los elefantes, acabó siendo sustituida por Elizabeth Taylor, tras varios ataques de histeria y olvidos del guión.

La filmografía completa de Vivien Leigh suma apenas una veintena de títulos, como The Deep Blue Sea (1955) o una Ana Karenina (1948) que tuvo peores críticas que la de Greta GarboY es que la intérprete de ojos verdes y vidriosos nunca abandonó el teatro, su pasión desde niña.

La recompensa le llegó, aunque tardía, en forma de un Tony a la mejor actriz por su actuación en el musical Tovarich (1963), pese a que su estado de salud era ya muy delicado y llegó a desvanecerse en el escenario.

Tras un sonado divorcio que fue asunto nacional, los últimos años de su vida los pasó junto al también actor John Merivale, sin perder nunca el contacto con quien fue su primer marido, Leigh Holman, y padre de su única hija, Suzanne.

Cien años después de su nacimiento en la India británica, el legado de Leigh permanece en forma de imborrables secuencias y frases que figuran entre las más míticas de la Historia del cine como "A Dios pongo por testigo de que no volveré a pasar hambre" o "Ya lo pensaré mañana. Después de todo, mañana será otro día".



Fuente: ABC.es, La Vanguardia

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