20 años sin Marlene Dietrich

domingo, 6 de mayo de 2012

20 años sin Marlene Dietrich

Marlene Dietrich sigue siendo al día de hoy, uno de los íconos cinematográficos más seductores, responsable de escenas inmortales en la historia del cine y diva que supo perpetuar su leyenda aun en vida. “La Dietrich”, reinventó el concepto de la femme fatale al punto de ser considerada por muchos como la “femme fatale por excelencia”. Este domingo 6 de mayo, se cumplen 20 años que el “Ángel Azul” dejó a los simples mortales.

Marie Magdalene Von Losch

La belleza de Marlene Dietrich es áspera, ruda, hoy incomprensible. Sus labios brillantes, sus ojos entornados, sus finísimas cejas y unas largas uñas envueltas en el espeso humo de un pitillo se han quedado anticuadas y están a años luz del prototipo de belleza de hoy. Sin embargo, hay algo en ella eterno e inefable, algo que huele a grandeza, a elegancia, a misterio. Sensual y fotogénica, se convirtió con menos de 30 años en la actriz más famosa del mundo, en una diva. Su vida y su obra son igualmente ambiguas, y al cumplirse 20 años de su muerte sigue sin saberse quién fue Marlene Dietrich. 

Bautizada como María Magdalena en 1901, desde 1921 la joven Marlene estudió canto, baile y violín y empezó a actuar de figurante como una robusta cabaretera en las películas mudas de la época. Pero no fue hasta 1930 cuando aquella muchacha de piernas interminables protagonizó la sensual El ángel azul de la mano de Josef von Sternberg, que, locamente enamorado de ella, catapultó su carrera.

Por aquellos años, Marlene ya estaba casada y tenía una hija, trasnochaba y se emborrachaba, pasaba días fuera de casa, era infiel a su marido –convivieron apenas cinco años pero nunca se divorciaron– y se desvinculaba de sus responsabilidades familiares de manera asombrosa, algo que su hija, María Riva, contaría durante toda su vida.


En 1931 emigraría sin su marido y sin su hija a Estados Unidos con el anhelo de universalizar su figura. Con su descubridor y amante Von Sternberg haría seis películas más (entre las que están Marruecos, El expreso de Shanghái y La Venus rubia) y en Hollywood Marlene se convirtió en la actriz mejor pagada de la época, en un verdadero mito. Nunca se adaptó, sin embargo, a los cánones de moda y belleza de la meca del cine, sólo a uno: perdió 10 kilos nada más pisar suelo americano y ya siempre guardaría una severa dieta que la alejó de la idea de rolliza cervecera berlinesa, para convertirse en una mujer lánguida y distinguida rebosante de glamour. Popularizó entre las mujeres las cejas finas, los pantalones y fumar en público. Ello, unido a un halo de masculinidad y androginia y a una animadversión compartida y controvertida con Greta Garbo, contribuyó a mitificar su figura y su vida sentimental.




Durante aquellos primeros 15 años en Hollywood trabajaría con Henry Hathaway, George Marshall, René Clair, Mitchell Leisen, y compartiría cartel con John Wayne, Gary Cooper (con los que protagonizaría sórdidos romances), Cary Grant, James Stewart, Ray Milland y Jean Gabin, del que estuvo profundamente enamorada. Son los años de Deseo, El cantar de los cantares, La condesa Alexandra, Arizona, De isla en isla, La dama de Nueva Orleans y Los usurpadores. Hacía papeles de toda índole, pero siempre bajo el halo de femme fatale que nunca la abandonó, alentada sobre todo por un marcado acento y una voz aguardentosa.

De la década de los treinta y de los cuarenta destacan, sobre todo, dos papeles: Angel, de Ernst Lubistch (1937), con Herbert Marshall y Melvyn Douglas, el más delicioso triángulo amoroso de la historia del cine, el más elegante y sutil; y Berlín Occidente (1948), de Billy Wilder, en la que da vida a una cabaretera acusada de confraternizar con los nazis durante la guerra. Ambos fueron sonadísimos éxitos y dos de las mejores interpretaciones de toda su carrera.

Marlene Dietrich
En los cuarenta, Marlene comenzó a pasar inadvertida y crítica y público empezaban a relegarla. Llegaban Marilyn Monroe, Rita Hayworth y Ava Gardner y ella estaba mayor para la época. Sin embargo, su apoyo a las tropas norteamericanas en la Segunda Guerra Mundial fue encomiable, así como su esfuerzo por vender bonos de guerra.

En aquellos años seleccionaba mucho sus papeles, algo que se enfatizó en los cincuenta, cuando protagonizó Pánico en la escena con Hitchcock, Encubridora con Fritz Lang, Testigo de cargo de nuevo con Wilder o ¿Vencedores o vencidos?, de Stanley Kramer. También haría sendos cameos en Sed de mal, de Orson Welles, y en La vuelta al mundo en 80 días, de Michael Anderson, películas magistrales a las aportó su sensualidad misteriosa.

En los sesenta y setenta se dedicaría sobre todo a grabar discos y a protagonizar espectáculos en Broadway y Las Vegas, hasta que la rotura de una pierna en uno de ellos la apartaría de la vida pública para siempre. 


La muerte sorprendió a la diva alemana en su apartamento parisino de la Avenue Montaigne, muy cerca del río Sena, lugar que “Lola-Lola” eligió para retirarse de la vida pública y de los constantes flashes de los periodistas donde su única compañía eran las fotografías de sus amigos y seres queridos. Casa de  la que apenas salió durante los últimos 13 años de su vida. Aquel 6 de mayo de 1992 expiró poco después de decir: “Lo quisimos todo, y lo conseguimos, ¿no es verdad?”. Jamás regresó a Alemania. Siguiendo su último deseo, fue enterrada con una blusa de seda blanca, pantalón negro y chaqueta.


Cuando a Marlen Dietrich, le preguntaban si creía en la vida después de la muerte, esta siempre respondía de forma altiva y fatal: “es una tontería, es absurdo. No se puede creer que todos vuelen para ahí arriba. Eso no existe”.



En su sencilla lápida en el cementerio berlinés de Friedenau, siempre decorada con flores, sólo se lee el nombre Marlene y una frase del poeta Theodor Körner:


“Estoy aquí en el último escalón de mi vida” .


Tumba de Marlene en Berlín


fuente: intereconomia
video: RTVE y El Mundo

No hay comentarios:

Publicar un comentario