Los últimos días de Grace Kelly I

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Los últimos días de Grace Kelly I

El 14 de septiembre de 1982 desaparecía la princesa de Mónaco, víctima de un accidente de circulación. Un drama repleto de interrogantes todavía sin respuesta. ¿Quién conducía? ¿Se habría salvado si la hubiesen atendido más rápidamente? Las últimas fotografías que se hizo, recuperadas por sus autores recientemente, ilustran el relato de sus últimas horas y de una tragedia que sacudió al mundo. 

Familia real  monagesca
Cada año por estas fechas, los ramos de flores se amontonan sobre un murete de piedra y cemento a la entrada del camino del Bautugan, una curva tan cerrada como una horquilla, situada en una carretera de la cornisa de la Costa Azul, entre La Turbie y Cap d’Ail. Éste es el lugar donde el lunes i3 de septiembre de i982, el automóvil de Gracia de Mónaco se salió de la calzada y cayó por un terraplén dando varias vueltas de campana hasta aterrizar en un huerto 40 metros más abajo. Los cuentos más conmovedores son los que tienen algo de tragedia y misterio, y el de la hermosa princesa que vino de Hollywood no es una excepción. A los 20 años de su muerte, que acaeció un día después del accidente, todavía perduran zonas de sombra sobre los hechos. 


Cuando el Principado anunció el fallecimiento, a última hora del i4 de septiembre, la noticia causó la previsible tristeza entre los monegascos y en el mundo entero, que no esperaban que la estrella Grace Kelly se apagara tan pronto. Pero también suscitó asombro. Hasta entonces, ninguno de los lacónicos comunicados de Palacio dejaba suponer que la vida de la esposa de Raniero III corriera peligro, aunque se sabía que había sufrido “lesiones múltiples, algunas benignas y otras más graves, como la fractura del fémur derecho, diversas contusiones, la fractura de una costilla y de la clavícula”. 

Incluso se creía que era su hija pequeña, Estefanía, quien se hallaba en un estado más alarmante. ¿Acaso los médicos que la atendían no se percataron de la gravedad de las lesiones? ¿O es que las circunstancias del accidente, ocurrido en territorio francés, aconsejaban quitarle hierro al asunto? 

Gracia de Mónaco y Estefanía eran las únicas ocupantes del Rover 3500 modelo P65 con cambio automático, un vehículo de i0 años de antigüedad. El lunes por la mañana, las dos mujeres bajaban en él de su residencia de Roc Agel, en el departamento francés de los Alpes marítimos. Gracia tenía 53 años y había dejado atrás su fulgurante carrera cinematográfica de rubia de hielo inalcanzable, inmortalizada en películas inolvidables como Sólo ante el peligro, Mogambo, La ventana indiscreta o Crimen perfecto, para devolver un poco de glamour a un Principado tan aburrido como una ciudad de provincias en la posguerra, y para prodigarse en obras caritativas y culturales. 

Estefanía, de i7, era ya una adolescente rebelde, expulsada de varios colegios, que ese verano había anunciado su deseo de independizarse para vivir con su primer gran amor, Paul Belmondo. Los Grimaldi habían encajado las correrías de su primogénita, Carolina y, hacía menos de un año, su divorcio de su primer marido, Philippe Junot. Durante la estancia en Roc Agel, Gracia había hecho todo lo posible para que Estefanía no siguiera los pasos de su hermana mayor y entrara en razón. 

Con Grant en "Atrapa un ladrón"

El i3 de septiembre, tras una agria discusión, desayunaron casi sin hablarse y se subieron al Rover para regresar a Mónaco. Allí las esperaban Raniero y su hijo Alberto. Carolina estaba en una clínica inglesa, haciendo una cura de adelgazamiento. A la princesa no le entusiasmaba conducir, pero rechazó que su marido le enviara un chófer. Conocía bien la sinuosa carretera de la cornisa que había recorrido cientos de veces, incluso interpretando a una de las heroínas de Alfred Hitchcock, Frances Stevens, en Atrapa a un ladrón (i955) junto a Cary Grant. Hacía una mañana radiante y todo lo que se sabe a ciencia cierta es que pasadas las 9.30 horas, el automóvil se salió de una curva donde la velocidad estaba limitada a 20 kilómetros y cayó por un barranco hasta llegar al terreno del hortelano Sesto Lequio. Faltaban menos de i0 kilómetros para llegar a Mónaco. 

Una de las cosas que provocó extrañeza fue el texto de uno de los primeros comunicados del Principado: precisaba que era Gracia quien se hallaba al volante del Rover y atribuía el accidente a un fallo de los frenos. ¿Por qué puntualizar que era la madre quien conducía, si todo el mundo sabía que a la hija le faltaba un año para optar a un permiso de conducir? ¿Cómo podían estar tan seguros de la causa del accidente si la gendarmería francesa apenas había tenido tiempo de comenzar la investigación? 

Sesto Lequio, atareado en su pequeña finca, vio a un coche abalanzarse cornisa abajo y corrió hacia él. Del vehículo salía humo y temió una explosión. Pero no se produjo. En su primera declaración, explicó que había ayudado a Estefanía a salir por la puerta delantera izquierda –la del conductor– y que la princesa Gracia, que fue evacuada más tarde por la luneta trasera, yacía atravesada en el habitáculo. Sus palabras no significaban forzosamente que era la hija quien pilotaba el auto, dado que tal y como quedó establecido, ninguna de las dos mujeres llevaba el cinturón de seguridad y las numerosas vueltas de campana pudieron tener el efecto de una coctelera. “Es imposible determinar quién conducía”, fue el veredicto del fiscal de Niza, quien visitó poco después el lugar del siniestro. El hortelano, que no tenía la menor idea de a quién estaba socorriendo, fue menos preciso en las declaraciones que realizó posteriormente. 

Un gendarme que se cruzó con el Rover antes del accidente afirmó haber reconocido a Gracia al volante. Otro testimonio interesante fue el de un camionero que circulaba detrás de ellas. Al camionero le extrañó que ni en la curva ni cuando el vehículo se salió de la carretera se encendieran las luces traseras de freno. Quizá el sistema de frenado falló, como aseguraba Palacio, pero algunos pensaron en que un conductor poco acostumbrado al cambio automático –léase, Estefanía– confundiera en un momento de pánico el pedal del freno con el del acelerador. Fuera como fuere, el viejo Rover fue trasladado después del accidente al garaje privado del palacio monegasco, en Roquebrune, Cap-Martin. 

El miércoles i5 de septiembre, las tiendas de Mónaco cerraron en señal de duelo y lo mismo hizo, por primera vez en su historia, el Gran Casino de Mónaco, mientras empezaban a circular toda clase de rumores a cual más descabellado sobre las causas de la tragedia. Se llegó a evocar un atentado y a la Mafia, pero a la vez se hablaba con preocupación del estado de salud de Estefanía. A las 23.30 horas del día siguiente, el servicio de prensa del Palacio se creyó en la obligación de divulgar otro comunicado que confirmaba “una fractura parcial mínima sin desplazamiento ni lesión neurológica, de pronóstico favorable y que sólo requiere una inmovilización temporal” en las cervicales de la joven. 


Hemorragia. Ese mismo día, pero a una hora más temprana, se había hecho público otro texto, éste de los prestigiosos médicos que se ocuparon de Grace Kelly: el cirujano Jean Chatelain y el doctor Jean Duplay, neurocirujano de Niza. Según Duplay, la hemorragia cerebral que provocó la muerte de la princesa fue anterior al accidente y la causa de éste. Así de sencillo, ante un súbito malestar de su madre, que perdió el control del coche, Estefanía intentó enderezar el volante y detener el vehículo echando el freno de mano sin resultado. La prensa consideró coherente la hipótesis de un accidente vascular cerebral que provocó una pérdida de conocimiento. Sin embargo, los cientos de reporteros despachados a Mónaco detectaron que no existían pruebas de que la princesa sufriera ese tipo de patología antes, ni tampoco de que el derrame cerebral no fuera causado precisamente por el accidente. 

Las dos mujeres heridas habían sido trasladadas a un hospital de Niza, donde se les realizaron las primeras curas, y luego a uno de Mónaco, precisamente el que lleva el nombre Princesa Gracia. Los médicos insistieron en que se percataron inmediatamente de que la madre, inconsciente, sufría una hemorragia cerebral que hacía imposible toda intervención quirúrgica. Sólo habían visto un encefalograma, porque el centro hospitalario carecía de escáner. Y pasaron nada menos que i2 horas entre el accidente y el traslado a otra clínica monegasca donde sí se disponía del aparato, en la noche del i3 de septiembre. Con los resultados del examen, Duplay puntualizó que la paciente presentaba dos derrames diferenciados, uno en la zona temporal, de origen no traumático, y otro en la frontal, fruto del accidente de tráfico. 

La perplejidad de los periodistas seguía creciendo. Otros expertos consultados no ocultaban su asombro por el hecho de que sus colegas de Mónaco lograran distinguir tan claramente una hemorragia espontánea de otra traumática mediante un escáner realizado tantas horas después de un choque. Pero lo que más intrigaba a los medios de comunicación era el empecinamiento de los médicos en reconstruir los hechos y respaldar la versión oficial, aún excediéndose en sus conclusiones. “Las constataciones y exámenes médicos efectuados, entre ellos el escáner, demuestran que la princesa Gracia conducía el vehículo en el momento del accidente”, aseguraron. Curiosamente, la frase no aparecía en el documento original distribuido a los reporteros. No hubo autopsia. 

El doctor Duplay explicó después que había proporcionado estos detalles sin la autorización de Palacio para que se dejara en paz a Estefanía que, durante las primeras horas, permaneció sedada y ajena a lo que pasaba. También relató que, durante el día i4, todos los encefalogramas que se realizaron a Gracia de Mónaco fueron planos. Había muerte cerebral, pero seguía mantenida con vida artificialmente. Pasadas las 22 horas, Raniero accedió a que se apagaran las máquinas. 

A lo largo de todo el viernes i7, los monegascos rindieron tributo a la princesa, amortajada con túnica color crema y velo blanco, en la capilla ardiente instalada en el Palacio. Al día siguiente, a las dos de la mañana, en la misma catedral de San Nicolás de Mónaco donde Gracia y Raniero se habían casado 26 años antes, se celebraron los funerales de Estado. Del otro lado del Atlántico vino la familia Kelly y Frank Sinatra. Cary Grant y James Stewart fueron algunos de los representantes del mundo del espectáculo. Completaban la larga lista de asistentes la ex emperatriz Farah Diba; la princesa Diana de Gales; Ana María de Grecia y su hermana, Benedicta de Dinamarca; Bertil de Suecia; Bernhard de Holanda y los príncipes de Lieja. Nancy Reagan, Danielle Mitterrand y el presidente de la República de Irlanda, Patrick Hillery, fueron parte de los 400 asistentes a la misa cantada y concelebrada por el arzobispo de Mónaco y varios obispos del sur de Francia. Además, estuvo presente monseñor Gilles Barthe, el mismo que casó a Raniero III y a Gracia. Por parte española acudieron don Juan de Borbón, padre del Rey Juan Carlos; el duque de Cádiz; el duque de Alburquerque y el marqués de Castro. La Reina Sofía y la reina Fabiola de Bélgica viajaron poco antes a título personal y con carácter privado para dar el pésame a la familia. 

A las i7 horas, sólo en presencia de los miembros de la familia, Gracia fue inhumada en el ábside de la catedral, junto a otros miembros de la dinastía Grimaldi. Una losa con una rosa de oro cubrió el féretro, pero no los interrogantes que sobre él planeaban. ¿Fue Estefanía quien perdió el control del Rover? ¿Pudo salvarse Gracia de haber recibido un tratamiento más rápido y adecuado? Estas son algunas de las preguntas necesarias para que este cuento conservara hasta el final la intriga y fuera perfecto.




http://www.elmundo.es/magazine/2002/154/1031318569.html

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